Maracaná 1950: el origen del mito del Maracanazo y qué tan "imposible" fue la hazaña de la selección uruguaya


A 75 años del Mundial de 1950, en el que Uruguay salió campeón, un vistazo a aquel partido icónico, la copa ganada, y la calidad futbolística de Uruguay en aquel entonces que derriba la idea de que aquello fue un "milagro".

La final fue el 16 de julio de 1950. Hace exactamente 75 años. Al reanudar la FIFA su actividad que entró en receso por la Segunda Guerra Mundial, más el año de atraso de construcción del estadio Maracaná en Río de Janeiro, se confirmó la cuarta edición de la Copa del Mundo.

Aquel día asistieron 173.850 personas, quienes establecieron la mayor asistencia en la historia de un partido del Mundial.

Los dos finalistas eran Brasil y Uruguay. El local era el claro favorito: había ganado la Copa América el año anterior con una diferencia de 39 goles a favor (6 goles en promedio por partido), mientras que Uruguay había terminado como el tercer peor clasificado.

En lo que había transcurrido del Mundial, además, Brasil venía con puntajes perfecto y goleadas impactantes. A Suecia le ganó 7-1 y a España 6-1. Los uruguayos, en cambio, habían ganado 3-2 a Suecia y empataron 2-2 con España. Ese era el cálculo: a Brasil le bastaba un empate para volverse campeones del mundo.

Pero pocos se detenían a observar cómo le había ido a Brasil contra Uruguay las últimas veces que se habían enfrentado.

Lejos de ser un contrincante débil, en aquellos años la selección uruguaya era una de las más calificadas a nivel mundial. Tres títulos mundiales (las dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928 y la Copa del Mundo 1930) y ocho Copa América en 21 ediciones.

“O Brasil vencerá - A Copa será nossa”, se leía en la primera plana del Diario de Río ese 16 de julio. Hubo carrozas, pancartas, monedas conmemorativas con los futuros campeones brasileños. La portada del diario O Mundo lucía una foto de la selección brasileña y un titular que acompañaba: "Acá están los campeones del mundo".

El entonces capitán de la selección, Obdulio Varela o “el negro jefe”, como le llamaban, consiguió 20 copias de O Mondo, las tiró en el baño del hotel Paysandú y con una tiza escribió en el espejo un mensaje: "Pisen y orinen sobre los diarios”.

Se dirigió al restaurante del hotel y le ordenó al equipo que fueran al baño y siguieran las instrucciones.

Los uruguayos tenían claro del favoritismo hacia los brasileños. Entonces, el entrenador uruguayo, Juan López Fontana, le pidió a su equipo que jugaran a la defensiva para evitar una goleada humillante.

Pero cuando López se fue, Varela le dijo a sus compañeros que Juan era un buen hombre, pero que se equivocaba. Que si jugaban a defender iban a tener la misma suerte que Suecia y España.

Antes de salir a la cancha, ya escuchaban a los hinchas brasileños en las tribunas del Maracaná. Así nació la famosa frase de Varela: "Muchachos, los de afuera son de palo".

El partido empezó a las 15:00. Del lado brasileño, el director técnico Flavio Costa dispuso el mismo once que había usado en todos los partidos. En Uruguay, en cambio, Roque Gastón Máspoli sustituyó a Aníbal Paz como golero y entró Rubén Morán a debutar como puntero, con apenas 19 años.

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Brasil dominó todo el primer tiempo. Pero no logró convertir un gol a Máspoli, que permitió que los primeros 45 minutos el partido se mantuviera 0-0. Antes de volver a salir al segundo tiempo, en el vestuario, Varela juntó al equipo y les indicó que era hora de ganar.

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A los dos minutos de volver a la cancha, en el segundo tiempo, el brasileño Friaça hizo el primer gol del partido. Y la hinchada lo acompañó.

No hubo muchos uruguayos presentes en las tribunas del Maracaná. Pero hubo una voz, la del relator Carlos Solé (uno de los tres relatores uruguayos que concurrieron) que se volvió icónica por su relato.

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En el minuto 66, Ghiggia escapó por derecha y, con un amague, hizo el pase al medio del área, donde Schiaffino metió el primer gol para Uruguay.

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Finalmente, en el minuto 79, otra vez Ghiggia se interno en el área del equipo brasileño y, como con el primer gol, amagó a patear un centro al golero local Moacir Barbosa. El arquero dio un paso adelante, convencido de que se iba a repetir la escena del primer gol, y dejó un hueco que Ghiggia aprovechó para mandar la pelota la fondo de la red.

Así fue como llegó el segundo gol para Uruguay y el estadio, con una tribuna brasileña enardecida, quedó en silencio.

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En los 11 minutos finales, Brasil atacó con todo, pero no pudo revertir el resultado.

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A las 16:45 el árbitro inglés George Reader pitó el final del partido. El puñado de uruguayos que estaban en la cancha y en la tribuna estallaron de alegría, abrazos y saltos. El resto de los brasileños, en cambio, salieron en silencio o entre lágrimas.

"Sumió a Brasil en una derrota que les provocó una enorme herida en su orgullo. En su orgullo nacional. Y hasta vergüenza por no haber podido concretar eso que para ellos ya era prácticamente un hecho: la inauguración del estadio más grande del mundo, tener el mejor equipo del mundo y demostrarlo en la cancha saliendo campeones", explica Juan José Melhos, historiador de Nacional y del fútbol uruguayo, en diálogo con El Observador.

El equipo derrotado mostró su pesar. Los medios brasileños no podían creerlo. La banda de música que llevaron para la ocasión no tocó ninguna pieza. Y la ceremonia de entrega de la Copa Jules Rimet a Uruguay fue rápida, silenciosa e inesperada para los locales.

Terminado el partido, el capitán Varela abandonó la concentración de la selección y se fue a tomar por los bares de Copacabana. Años después, sobre aquel episodio, dijo “me di cuenta de que eran buena gente, fue entonces cuando entendí lo que aquel partido significaba para ellos”.

"Yendo a lo concreto, Brasil era aparentemente el rival de mayor riesgo. Pero lo que sucede es que Uruguay fue haciendo un camino un tanto contradictorio, un tanto difícil, porque arrancó con una goleada sobre Bolivia que era un rival muy débil. Tuvo la suerte de que el grupo se dilucidó solamente entre estos dos rivales, Uruguay y Bolivia. Y después le costó mucho el partido con España y también el partido con Suecia. Entonces, eso también alimentó la idea de que no estaban en condiciones de enfrentar con un grado de esperanza a un equipo brasileño que venía goleando", dice Melhos.

La copa Jules Rimet: escondida de los nazis, robada dos veces y fundida

Desde aquella final del mundo, el término “Maracanazo” pasó a ser una expresión de derrota para los brasileños, pero también una de éxito para los uruguayos. En Montevideo, y en el resto del país, la gente festejó en las calles lo que, según los titulares de los medios, había sido una “hazaña imposible”.

El entonces presidente de la FIFA, Jules Rimet, ha contado públicamente que, cuando el partido iba 1 a 1, se dirigió a los vestuarios a preparar su discurso de felicitaciones para Brasil. Cuando salió a la cancha con el partido terminado, se llevó la sorpresa de no ver ningún festejo y de enterarse, en ese instante, que Uruguay había ganado la Copa del Mundo.

Tan desconcertado él, y toda la organización, que la ceremonia oficial de entrega de la copa no se realizó. Se acercó apenas pudo a Obdulio Varela para felicitarlo y entregarle, en mano, la copa.

Esa copa, la Copa Jules Rimet, fue el trofeo del Mundial hasta 1970. Ese año, pasó a ser propiedad de Brasil al haber ganado el campeonato por tercera vez, como decía el reglamento de aquel entonces.

La imagen representaba a Niké, la diosa griega de la victoria, con las alas trabajadas. El cuerpo tenía los brazos levantados y sostenía una copa octogonal. Tenía una base de lapizlázuli, donde se colocaron los nombres de los campeones. Treinta centímetros de altura y 3,8 kilos de plata bañada en oro.

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La Copa Jules Rimet pasó por dos robos. Cuando Italia ganó el Mundial en 1938, su Federación obtuvo el derecho de resguardar la copa. Al año siguiente, estalló la Segunda Guerra Mundial, por lo que se suspendieron los torneos de 1942 y de 1946. La copa estuvo en Italia durante casi diez años.

Durante aquellos años, con las ocupaciones nazis de por medio, el entonces vicepresidente de la Federación, Ottorino Barassi, intuyó que en algún momento los registros del banco donde estaba guardada la copa alertarían a la Gestapo de su existencia. Para evitar que la copa fuera tomada, Barassi se la llevó en secreto a su casa y la guardó en una caja de zapatos.

En 1941, tras pasar por la bóveda del banco donde originalmente estaba guardada, la policía alemana se dirigió a allanar la casa de Barassi. Registraron sin éxito, aunque la copa estaba debajo de la cama del vicepresidente. Durante el interrogatorio, Barassi indicó que la copa estaba escondida en Milán, y hacia allí se dirigió la Gestapo. Nunca la encontraron.

Entrados los aliados en Italia, en 1943, Barassi le devolvió la copa a la Federación mediante su abogado y la misma fue guardada en una casa de campo en las afueras de Bérgamo. En 1947, dos años después de finalizada la guerra, la copa fue devuelta a la FIFA, a tiempo para ser el trofeo del Mundial de Brasil en 1950.

El primer robo había sido en Inglaterra, en 1966. Meses antes del Mundial, la copa Jules Rimet se puso en exhibición en el hall central de Westminster, en Londres. El 20 de marzo, entre las 11:00 y las 12:10, en el primer piso se celebraba una ceremonia religiosa y la copa fue tomada.

Aunque el Scotland Yard investigó, no encontró rastros ni del ladrón, ni del paradero de la copa. Una semana más tarde, un hombre paseaba su perro al sur de Londres. Pickles, el perro, olfateó un arbusto y ahí encontró al trofeo envuelto en papel de diario.

El segundo robo vino después de que Brasil ganó la posesión definitiva de la copa en 1970, tras haber ganado tres mundiales. Se la expuso en la Confederación Brasileña de Fútbol y ahí permaneció hasta 1983. El 20 de diciembre de ese año, la Jules Rimet, junto con otras dos copas, desaparecieron del lugar donde se exponían. Días más tarde, se supo quiénes habían efectuado el asalto y se informó que la copa había sido fundida. Quedó, solamente, la base de lápizlázuli.

La construcción del mito: no fue un "milagro", sino fruto de la superioridad futbolística

"Yo creo que no hubo, por lo menos en Uruguay, situaciones que se puedan comparar de ninguna manera. Si bien hubo victorias importantes a nivel de la selección, y a nivel de clubes con posterioridad, Maracaná quedó como un mojón", explica Eduardo Rivas, escritor y periodista deportivo, a El Observador.

Por un lado, se plasmaron las declaraciones de los jugadores del Mundial de 1950 años después. Ghiggia dijo a la prensa alguna vez: “Solo tres personas fuimos capaces de silenciar el Maracaná: el Papa Juan Pablo II, Frank Sinatra y yo”. Obdulio Varela: “la verdad es que si ese partido lo jugábamos otras 99 veces, las perdíamos todas, pero ese día nos tocó el partido 100”.

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No obstante, del otro lado están las declaraciones de Óscar Washington Tabárez, uno de los directores técnicos más icónicos de la selección uruguaya (2006-2021). En 2014, declaró al diario Folha do São Paulo que "el Maracanazo tuvo un efecto negativo: a las generaciones posteriores les llegó el mensaje, subliminalmente, de que campeones eran ellos y no los de hoy. Como si nada de lo que se hiciera tendría el mismo sentido de Maracaná".

"No hay nada que haya pasado o pueda pasar después del 16 de julio de 1950 que quite algo de significado a lo que ha sido Maracaná para los uruguayos. Para mí está en la gran historia de nuestro fútbol. Es algo a lo que vuelvo permanentemente pero porque me interesa, no para vanagloriarme o proyectarlo hacia el futuro", expresó también ese mismo año en una entrevista para el programa En Perspectiva.

"Todo ha cambiado. Nos cuesta un enorme esfuerzo enfrentar a potencias que nos superan demográficamente, en cantidad de futbolistas elegibles, en niveles de organización y de poderío económico. El mundo del fútbol en este momento está organizado por corrientes migratorias de futbolistas que van todos hacia Europa, porque ahí está la elite del fútbol mundial en cuanto a posibilidades", explicó el Tabárez antes de Brasil 2014.

"En el campo de juego no fue hazaña. Uruguay era superior por historia en forma amplia. Los jugadores declararon que, si pasaban a España eran campeones, hecho que marca que eran superiores. Era lógico que fuera el campeón. Los números y la realidad así lo marcaban", dice Ariel Longo, exfutbolista, actual entrenador de la selección uruguaya de fútbol femenino y autor del libro Maracaná, así debía ser, en diálogo con El Observador.

Y, según Juan José Melhos, "Uruguay había tenido algunos enfrentamientos previos con el rival de la final en los cuales había demostrado tener el poderío suficiente como para hacerle partido a ese equipo brasileño e incluso ganarle". Aunque no era solamente la calidad del juego uruguayo, sino que además "hay que considerar que Europa todavía no había reaccionado a la guerra, y la etapa de posguerra no había traído las mejores condiciones para recuperar el nivel futbolístico que en algún momento podían haber tenido algunos países".

Agrega que, "Europa parecía no tener rivales de fuste para enfrentar a los grandes sudamericanos. Por razones políticas, no concurre Argentina, que podía ser un rival de riesgo más allá de que ya no era la misma Argentina de fines de los años 1930 y durante casi toda la década de 1940".

Por eso, lo que sucedió en el mundial de 1950 no fue una “hazaña imposible”. A pesar de ser Brasil el favorito de aquel torneo, y de haber ganado por goleada sus partidos en la fase eliminatoria, Uruguay y Brasil eran equipos más bien parejos.

De hecho, desde el 5 de enero de 1946 (Copa Río Branco) hasta el 17 de mayo de 1950 (Copa Río Branco), Uruguay y Brasil se enfrentaron un total de 11 veces. De esas veces, Brasil ganó 5 y Uruguay ganó 3. Hubo 3 empates. Brasil metió un total de 26 goles y Uruguay un total de 22. El promedio de goles de Brasil por partido era de 2,3 y de Uruguay era 2.

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Entonces, ¿hazaña imposible? La cuarta estrella de la camiseta uruguaya se debe, en gran parte, a un equipo y a un juego de calidad. Nada tiene que ver con “milagros”, sino más bien con una cultura futbolística, superioridad deportiva y capacidad técnica.

El relato de que Uruguay alcanza los éxitos deportivos a través de “milagros” y que sin “hazañas” no hay logros, no es tal. Ese resultado fue el reflejo de la superioridad futbolística de Uruguay con respecto al resto de los competidores.

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"En definitiva, Uruguay hace un gran planteo que desde el punto de vista futbolístico resultó exitosísimo. Es inobjetable y no se puede buscar ni utilizar el calificativo de hazaña para explicarlo. Se puede hablar de una victoria inesperada por los antecedentes anteriores dentro del mismo Mundial y también se puede hablar de otros aspectos no futbolísticos que influyeron en el resultado", remata Melhos.

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