Los futbolistas de Uruguay saltando en la mitad de la cancha después de ganarle a Venezuela 2-0 en el Estadio Centenario parece una celebración exagerada para esta selección, pero resume el sentimiento de los jugadores que, desde hace un año, venían cargando con un peso cada día más incómodo como consecuencia de una estadística desfavorable (un triunfo en 12 partidos y nueve encuentros sin convertir goles), que no les daba tregua.
El festejo de los jugadores, que se abrazaban como si hubieran clasificado al Mundial, aunque todavía les falta un punto y lo que conseguirán en la última doble fecha de las Eliminatorias, en setiembre, es la expresión más genuina de que aflojaron tensiones.
El partido que Uruguay jugó este martes ante Venezuela por la fecha 16 de las Eliminatorias fue como una final. Es excesivo para la calidad de futbolistas que tiene la selección que dirige Marcelo Bielsa, pero no es más ni menos que lo que en definitiva devolvió la cancha en este partido ante un muy buen equipo venezolano, que sigue en carrera para sostener el séptimo lugar en la tabla de posiciones y asegurar definir su clasificación al Mundial en el repechaje.
Ganó Uruguay, convirtió un gol después de 348 minutos y desobstruyó un camino que a cada partido se hacía más complejo.
Del gol que Federico Valverde convirtió a los 54 minutos del partido ante Brasil, en noviembre del año pasado, no solo pasaron siete meses calendario sino que se acumularon los 36 minutos de ese encuentro, los 90 frente a Argentina, Bolivia y Paraguay y los 42 ante Venezuela de este martes, cuando anotó Rodrigo Aguirre, para que Uruguay resolviera algo tan simple como el gol y que se había transformado en lo imposible para este equipo.
Esos 348 minutos, que en el fútbol son una eternidad y mucho más para un equipo de Bielsa, en donde su ADN lo empuja a ir una y otra vez sobre el arco rival para generar las situaciones que desembocan en la red, se fueron transformando en un peso insostenible.
Por esa razón este partido con Venezuela se transformó en la final de este martes, la que allanó el camino y despejó ese recorrido tortuoso.
Ante Venezuela, Uruguay volvió a ser el Uruguay de Bielsa en su juego, en su espíritu y, sobre todo, en sus formas en algunos pasajes del juego.
Esto generó la sensación de alivio, y llevó calma a la cancha, permitió que el fútbol fluyera, que la selección generara las situaciones de gol que lo acercaran al triunfo que finalmente firmó.
La selección despertó en su juego por las bandas. Nahitan Nández fue la figura con sus desbordes, Rodrigo Bentancur le aportó al mediocampo el equilibrio que necesitaba y los extremos empezaron a dar señales de que se empiezan a activar.
Giorgian de Arrascaeta jugó su mejor partido con Uruguay desde que llegó Bielsa en mayo 2023, y lo selló con un gol.
En definitiva, Uruguay volvió a andar y esto promovió que la tribuna también volviera a sentir la adrenalina que le identificó con aquel comienzo de la era Bielsa.
La crisis en la que había caído la selección pedía señales, y en este encuentro, a dos partidos de cerrar las Eliminatorias, las tuvo, como para seguir prendido de la ilusión de que con el plantel que tiene Uruguay y la gestión de Bielsa, el Mundial del próximo año puede ser un buen lugar para este grupo de figuras internacionales.
Uruguay dio buenas señales, volvió la química de estos futbolistas, que tendrán que confirmar que esta recuperación no fue solo un pasaje fugaz de la expresión futbolística que son capaces de desarrollar.
Noticia rastreada 10 de junio 2025 - 04:45 CET @bostero.dev